Género e individuos

Género e individuos

Charla en la Federación de Mujeres Progresistas

Como consecuencia de las transformaciones sociales, económicas y políticas que se han producido en nuestra sociedad, los jóvenes, y de manera quizás más novedosa, las mujeres, se encuentran con una serie de demandas contradictorias acerca de sus aspiraciones de realización personal.

Entender las fuerzas que influyen y dirigen la motivación de los individuos y sus comportamientos, pretende ser el objetivo de esta pequeña intervención.

El valor de la libertad, con la revalorización del individualismo, lleva a la determinación de mantener la independencia personal, aún dentro de las relaciones de pareja.

Se trata de no comprometerse más que con el riesgo que una misma asume y aceptar las propias contradicciones como una fuente de enriquecimiento personal.

Es quizás obvio afirmar que estas mujeres dan prioridad al «ser persona” sobre el ser mujer como resultado de su situación de independencia (autodependencia) frente a aquellas que por el hecho de ser madres o vivir en pareja realizan un planteamiento distinto o más ambiguo ante esta disyuntiva.

Sin duda alguna, la información, la formación y la educación, ha favorecido estos nuevos planteamientos y posiciones de los jóvenes y en definitiva, de la sociedad en general.

Se puede observar igualmente, una suavización de los estereotipos de género.

La relación entre sexo y género es aún compleja y muy proclive a ser manipulada. Al referirme a sexo estoy hablando del sexo biológico (hombre y mujer), fácil de definir (aunque no siempre) porque se centra en lo estrictamente físico. En cuanto al género me refiero a la masculinidad o feminidad, conceptos de más difícil definición, vinculados ambos a aspectos psicosociales y culturales.

En Occidente, su relación ha tratado de simplificarse al imponerse a cada sexo, a cada constitución física, un género, es decir un modelo de comportamiento social determinado. De esta forma se ha creado una vinculación directa en la que hombre es igual a masculino y mujer igual a femenino. Este pensamiento supone la existencia de una «esencia» masculina estable que define al hombre y que se opone a otra «esencia», la femenina que define a la mujer.

En esta relación de poder, lo masculino se estructura como el género normativo, como parámetro a partir del cual se mide todo, es decir, es hegemónico. Se impone como el único género posible y natural a otros sectores como el de las mujeres y homosexuales para que lo tomen como propio y, si no lo consiguen, se sientan culpables o inferiores por no estar a la altura del modelo necesario para ser considerados un «ser normal».

Se establece de esta forma un sistema de jerarquías donde lo masculino no es únicamente diferente sino que se presenta como superior.

La visión tradicional del rol social masculino «se centra en el mando: engloba la noción del hombre luchando para vencer obstáculos, controlar la naturaleza y la noción del hombre como patriarca en la sociedad y la familia» a diferencia del femenino que «se centra en la imagen de la mujer como madre, persona que da alimento, calor y apoyo emocional».

De acuerdo con este paradigma, el hombre-masculino se manifiesta hacia un afuera – el agresivo mundo de los hombres – mientras que la mujer-femenina lo hace hacia adentro – en el mundo del hogar -.

Este determinismo se ve reforzado por la presencia de valores asociados tales como fortaleza, racionalidad, firmeza, para el hombre y, en contraposición, fragilidad, emocionalidad, debilidad, para la mujer.

El éxito de películas como Rambo o Terminator radica justamente en ofrecer al varón una hipervirilidad que no existe en la vida real pero que, a través de la identificación, permite su disfrute.

Estos personajes son mitos, falsas evidencias de un ideal de masculinidad también mítico que, en muchos casos, termina por someter al hombre a una serie de conflictos y tensiones con su propia existencia.

Los estereotipos, tanto femeninos como masculinos, imponen una manera de ser y ver el mundo.

Su análisis permite cuestionar la representación mayoritaria de lo masculino y plantear alternativas que demuestren la existencia de otras masculinidades y…feminidades.

A partir de los estudios feministas y gays, iniciados en la década del 70, y los planteamientos posestructuralistas sobre el sujeto, la validez de los rasgos de género en la que la sociedad occidental se sustenta entra en crisis y se demuestra que los mismos no son inamovibles y mucho menos naturales, sino que son un constructo social totalmente independiente del sexo, formado por circunstancias históricas y discursos sociales diferentes y que por ello pueden cambiar o modificarse.

Las bases teóricas de estas reflexiones sobre el género se hayan en la pensadora Judith Butler quien sostiene que «el género resulta ser performativo […], el género es siempre un hacer […]»

Tanto lo masculino como lo femenino no existen como esencias sino que se llega a ello a partir de un proceso de aprendizaje en donde las actitudes, comportamientos y significados de cada uno varían según los contextos de edad, raza, clase social y opción sexual en los que se desarrollen.

Durante estos últimos años, la expresión «género» es de uso corriente. Hay quien se imaginan que es sólo otra manera de referirse a la división de la humanidad en dos sexos. Pero detrás del uso de esta palabra se esconde toda una ideología que busca precisamente hacer salir el pensamiento de los seres humanos de esta estructura bipolar.

La distinción género/sexo indica que los cuerpos sexuados pueden ser ocasión de muchos géneros diferentes y, además, que el género en sí no necesariamente se restringe a los dos acostumbrados. De este modo las salidas, son múltiples.

Se trata de considerar el género como performativo y por lo tanto no estable a lo largo de la vida de un sujeto. Este sujeto puede a su gusto situarse en un género o en otro partiendo de una lista que excede el par tradicional.

Un ser humano nace. Y en función de sus genitales (especialmente) y de sus cromosomas, se le pone en una de las dos casillas posibles. En ellas les espera un pack que le acompañará el resto de su vida y que contiene desde una categoría de ropa hasta un set de valores (que son diferentes para cada grupo). Pero esas casillas no están flotando en el aire: cada una está colocada en un extremo de una recta.

A estas alturas y gracias a los movimientos feministas, se ha más que cuestionado ese set que se supone propio de cada sexo. Tanto en el plano de los roles y valores (mujeres fuertes, hombres que lloran, padres que cuidan a sus hijos, hombres que visten y gesticulan de un modo considerado femenino y viceversa, etc.) como en el de la identidad sexual.

El cambio iniciado por las mujeres ha desconcertado a muchos hombres, que pese a estar de acuerdo con el mismo, se muestran perplejos por la velocidad del proceso y por todo lo que se espera de ellos. Hombres que se debaten entre los modelos que representaban sus padres y los que reclaman los tiempos en que les toca vivir.

La perspectiva de género ha favorecido la comprensión de la vida de las mujeres, contribuye a entender la de los hombres y permite analizar las relaciones entre ambos.

Impulsa, así mismo al análisis autocrítico y el debate social sobre la influencia del género en la vida cotidiana de los hombres, la responsabilidad masculina ante la violencia que sufren las mujeres, la importancia de superar la homofobia y la necesidad de erradicar el sexismo.

La educación, es una vez más la clave del éxito personal, cuyo objetivo explícito es conseguir individuos auténticamente libres.

Y ser libre, es liberarse de la ignorancia, del exclusivo determinismo genético moldeado según nuestro entorno natural y/o social, de apetitos e impulsos instintivos que la convivencia enseña a controlar.

La actividad del ser humano muestra dos vertientes bien definidas y conocidas: la privada o interior y la pública o exterior. La vida y la personalidad se definen en gran medida por el grado de equilibrio que seamos capaces de fijar entre estas dos facetas Una de ellas se desplaza hacia dentro, hacia el mundo interior, mientras que la otra se expresa hacia fuera por medio de la conducta.

En el ámbito de la intimidad la persona se encuentra consigo misma, lo que le permite, paradójicamente, y de forma simultánea mejorar su relación con los demás.

Hoy en día, la persona carece en gran medida de intimidad. Todo está a la vista. Hay en ello contagio y superficialidad, la imitación de la moda y el quedarse uno en la fachada. La soledad es importante para ello, pues nos permite comprender y reorganizar (si ello fuera necesario) nuestra personalidad.

No se trata de ningún modo optar por un individualismo atroz, indoloro, incoloro e insípido, sino de hacer seres auténticos, insobornables, legales consigo mismo y con los demás.

Autodepender es pensarse a uno mismo como el centro de todas las cosas que nos ocurren y, en esencia, ser auténticamente quien se es, actuar sin temer las consecuencias, sentir sin miedos ni ataduras lo que se siente y asumir los riesgos que se quieran correr. Jorge Bucay

¿Es todo esto egoísmo? No. No se trata, al menos, del egoísmo mezquino y codicioso que estamos acostumbrados a pensar… Es el egoísmo de aquellos que se quieren lo suficiente como para saber que son valiosos… y que tienen cosas para dar.

Tomemos como ejemplo uno de los muchos contenidos de la Psicología Social

La conducta solidaria.

Si cada cual, y en libertad de ser quien es, elige ser solidario, no lo hace por el otro, sino por él mismo.

Hay diferentes maneras de querer ayudar al otro.

En la “solidaridad de ida”, lo que sucede es que veo al otro que sufre, veo al otro que se lamenta, y entonces me pasa algo. Por ejemplo, me pasa que me doy cuenta que yo podría estar en su lugar y me identifico con él, y siento el miedo de que me pase lo que a él le está pasando. Entonces lo ayudo.

Me vuelvo solidario porque me da miedo que me pase a mí lo que le pasa a él. Esta ayuda está generada por el miedo que proviene de la identificación y actúa como una protección mágica que me corresponde por haber sido solidario. Es la solidaridad del conjuro. Una ayuda ”desinteresada” que en realidad, hago por mí, no por el otro.

Pariente cercana de esta solidaridad es la solidaridad culposa, aquella que se genera de ciertas ideas caritativas… Cuando veo al que sufre y padece, un horrible pensamiento se cruza por mi cabeza sin que pueda evitarlo: “Qué suerte que eres tú y no yo”. Y entonces decido ayudar porque no soporto la autoacusación que proviene de este pensamiento.

Otra razón para ser solidario proviene de la idea de una especie de “ley de compensaciones” o sea, que si doy, que me devolverá el doble…o la “solidaridad de inversión”, dar, porque así va a recibir.

Existe también una “solidaridad obediente”, que parte de los que en la infancia se nos enseñó: tengo que compartir, no ser egoísta, hay que dar… Estoy satisfaciendo en realidad a mi madre o al cura o a la persona que me educó. Es quizás la solidaridad más ideológica, más ética y más moralista de todas.

Todas estas “solidaridades de ida” tienen poco de altruista.

Sin embargo, cuando elegimos dar o no dar, cuando mi valor no depende de la mirada del afuera, cuando me encuentro con los otros, no para mendigarles su aprobación, sino para recorrer juntos algún trecho del camino… aparece otra forma de ser solidario.

Para terminar, sólo deciros, que el objetivo fundamental pretendido en esta intervención ha sido el de un acercamiento al funcionamiento de la mente individual en sociedad.

Gracias por vuestra escucha

Acerca de me&go

A lo largo de la vida todos afrontamos situaciones complicadas que pueden causar malestar. Me&go, Psicología, tiende puentes para tratar de superarlas.
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